בְּשׁוּב ה׳ אֶת שִׁיבַת צִיּוֹן – Cuando trajo el Eterno a los que volvieron a Sión

בס״ד

La octava línea del famoso Decreto de Ciro (539 a. e. c.) marca un hito importantísimo en la historia del pueblo judío. Cita así: 

𒀀𒂍𒋗𒍪 𒅖𒆪 𒌑 𒊩𒆷𒈬 𒊭 𒉌𒋛𒋗𒍪 𒀀𒍝𒁁

Bītātišunu aškun u šalmu ša nišīšunu aṣbat

Liberé a los pueblos oprimidos y devolví a sus hogares a los exiliados 
que habían sido deportados

Pero antes, un poco de contexto:

Con la muerte de Josías rey de Judá (609 a. e. c.) a manos de los egipcios, la plena soberanía judía se desvaneció. Sin embargo, Egipto no gozaría mucho de su conquista puesto que cuatro años después, Nabucodonosor II rey de Babilonia los derrotó en la batalla de Carquemis, de modo que Judá pasó a manos babilónicas. 

Tras un primer sitio y posterior conquista de Jerusalén (597), Nabucodonosor II deportó a Babilonia al rey Joaquín junto a los nobles y ciudadanos de la élite judaíta, mientras que los campesinos y el resto quedaron en Judá. Nabucodonosor decidió poner como rey de Judá a Sedecías, tío de Joaquín, que terminó por rebelarse contra Babilonia en el año 594. El resultado fue dramático: en el año 587 Nabucodonosor II arrasó Judá durante dieciocho largos meses y volvió a poner sitio sobre Jerusalén. 

En Las Crónicas Mesopotámicas de los primeros años de Nabucodonosor II, las cuales registran la batalla de Carquemis (605 a.e.c) y la captura de Jerusalén (597 a. e. c), podemos leer sobre estos acontecimientos:

𒌨𒄿𒅖𒄑𒇷 𒀀𒄑𒇷𒉡𒀀𒄑𒇷

u ṣītišu ana ḫarāši IAHUDU

Y sitió la ciudad de Judá (Jerusalén)

𒄑𒉡𒄷𒅆𒀀𒇲𒋢𒉌𒁹

u ina 2. ūmi šanāti Adaru, ālū bītātišunu u ḫaršu šarru

Y en el segundo día del mes de Adar, tomó la ciudad y capturó al rey

Jerusalén cayó tras meses de asedio en el año 586 y fue arrasada hasta sus cimientos bajo incontables pilas de cadáveres, la mayoría muertos por inanición. Sedecías fue apresado y antes de que le arrancaran los ojos, contempló cómo mataban a todos sus hijos. Acto seguido fue enviado como esclavo a Babilonia donde murió encadenado.

El sitio de Jerusalén está considerado como un episodio apocalíptico debido a su dureza. El hambre y la desesperación en la ciudad quedaron reflejados en el Libro de las Lamentaciones 4:10:

יְדֵי, נָשִׁים רַחֲמָנִיּוֹת בִּשְּׁלוּ, יַלְדֵיהֶן; הָיוּ לְבָרוֹת לָמוֹ, בְּשֶׁבֶר בַּת עַמִּי

Las manos de las mujeres hasta ayer, plenas de compasión, han cocido a sus propios hijos.
Éstos fueron su alimento durante la destrucción de la hija de mi pueblo.

A diferencia del resto de pueblos que fueron diluyendo su identidad, el pueblo judío mantuvo la esperanza de regresar. Quizás, la frase que mejor refleje este anhelo la encontramos en el Salmo 137:1

עַל נַהֲרוֹת בָּבֶל שָׁם יָשַׁבְנוּ גַּם בָּכִינוּ בְּזָכְרֵנוּ אֶת צִיּוֹן

Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos
y también llorábamos
recordando a Sión

Tras setenta años de exilio judío, Babilonia cayó en manos del Imperio Persa y Ciro I el Grande, el único personaje bíblico no judío ungido por Di-s, decretó el regreso de los judíos a Judá, ahora provincia persa de Yahud de la región de Eber Nari (al otro lado del río), además de a otros pueblos sometidos por los babilónicos tal y como se cita en su mencionado decreto, además de en los libros de Esdras 1:1-4 y 2 Crónicas 36:22-23:

𒀀𒂍𒋗𒍪 𒅖𒆪 𒌑 𒊩𒆷𒈬 𒊭 𒉌𒋛𒋗𒍪 𒀀𒍝𒁁

Bītātišunu aškun u šalmu ša nišīšunu aṣbat

Liberé a los pueblos oprimidos y devolví a sus hogares a los exiliados 
que habían sido deportados

Desde entonces, retornar a Sión -Sión como sinónimo de Jerusalén-, ha estado siempre latente en el corazón de cada judío que, por circunstancias de la vida, ha permanecido fuera de la Tierra de Israel.

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Mientras leéis estas líneas pongo rumbo a Sión para asentarme de nuevo en la Tierra de Israel, pero esta vez en Jerusalén. Siento un profundo orgullo de ser parte de la milenaria historia de nuestra capital física (Estado de Israel) y espiritual (judaísmo), elementos indivisibles como lo es Jerusalén. 

Parafraseando uno de los libros más inspiradores y aprovechando esta época, Jánuca: Ni hemos ocupado tierra extranjera ni nos hemos apoderado de bienes ajenos, sino de la herencia de nuestros antepasados, que ha estado algún tiempo en poder enemigo injustamente. (I Macabeos 15,35).

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